CHISPAS Y RAYOS. MARCOS SANCHEZ
Franklin estaba particularmente interesado en la electricidad y en el magnetismo, que en aquellos momentos se comprendían muy poco. En 1745, un físico holandés llamado Píeter van Musschenbroek, inventó un dispositivo de almacenamiento eléctrico que se conoció como «la botella de Leiden». Las botellas de Leiden, al ser tocadas, producían una chispa y una descarga eléctrica. Sospechando que el rayo era una forma de electricidad similar a la chispa de la botella de Leiden, Franklin decidió intentar capturar la electricidad de un rayo en una de sus botellas.
Un día de 1752, conectó un alambre a una cometa de la cual pendía un hilo de seda atado a una llave. Hizo volar su cometa hacia un nubarrón y, cuando colocó su mano cerca de la llave, una chispa saltó entre ambas. Después consiguió cargar la botella con la energía del rayo, a través de la llave, al igual que podía haberla cargado con una máquina generadora de chispas. Fue una emocionante demostración de que el rayo y la humilde chispa de la botella eran el mismo fenómeno. Pero tuvo mucha suerte: las dos personas siguientes en intentar el mismo experimento terminaron electrocutadas.
Franklin fue capaz de dar una inmediata aplicación práctica a su descubrimiento. Decidió que el rayo se abatía sobre un determinado edificio cuando éste almacenaba una carga durante una tormenta. Su experiencia con la~ botellas de Leyden le demostraba que éstas se descargaban con mucha mayor facilidad si se las proveía de una aguja.
Es decir, que la carga se disipaba con tanta rapidez a través de la aguja, que las botellas no podían ser cargadas a la primera. ¿Por qué no, entonces, fijar una varilla metálica puntiaguda en lo alto de un edificio y conectarla adecuadamente con el suelo, a fin de que cualquier carga que almacenara pudiera descargarse rápida y silenciosamente, y que ninguna carga se acumulara hasta el punto de desencadenar una descarga de consecuencias desastrosas?
Franklin publicó sus ideas sobre la materia en 1752 en Poor Richard’s Almanac, y en seguida empezaron a instalarse los pararrayos (líghtning rods, «varillas para el rayo»), primero en América y luego en Europa. Demostraron su eficacia, y por vez primera en la historia una catástrofe natural no se prevenía mediante la plegaria o los encantamientos mágicos de una u otra clase, que realmente nunca daban resultado, sino por la confianza en la comprensión de las leyes naturales, que sí era eficaz.
En cuanto los pararrayos aparecieron en los campanarios de las iglesias (que al ser el punto más elevado de la ciudad eran particularmente vulnerables), la cuestión quedó clara para todos.
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