En Enero tiene que estar entregado el trabajo sobre la actividad de SOLVAY y el CIMA.
Para aquellos que habéis sacado un 4, un 5 o incluso un 6 conviene repasar los tres temas que hemos dado.
Para ello os cuelgo en este enlace 6 exámenes (2 por cada tema) de cursos anteriores. Conviene resolverlos y entregarlos en Enero. Ni que decir tiene que para los suspensos son muy importantes.
Para los que habéis sacado un 6 o más podéis realizar un trabajo bibliográfico sobre estos temas:
- Utilización de los ultrasonidos.
- Peligros de las ondas electromagnéticas.
- Fenómenos de resonancia.
- Aislamiento acústico.
- Experimentos con microondas. Con enlace a una página web.
- Ondas estacionarias en instrumentos musicales.
- Objetos elásticos en el deporte.
- Ondas en terremotos.
- Funcionamiento de un microondas.
- Medir la velocidad del sonido.
- ¿Cómo se mide la velocidad de la luz?
O cuestiones parecidas que se te ocurran.
Y ahora lo de siempre feliz navidad para todos. Y nada mejor que un cuento:
Cuento de Navidad de Augie Wrem. Paul Auster.
–Fue
en el verano del setenta y dos -dijo-. Una mañana entró un chico y empezó a
robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no
he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado
del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los
bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel
momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que
estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo
conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la
avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se
le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché
para ver lo que era.
“Resultó
que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carnet de conducir
junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podía haber llamado a la poli
para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio
pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba
en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se
llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a
su madre o su abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años, vestido
con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me
figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha
suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?
“Así
que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de
devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto.
Luego llega la Navidad
y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el
día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos
parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco
de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la
cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me
pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.
“La
dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba,
y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí
todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás
en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre.
No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para
asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo
que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja
pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.
“–¿Eres
tú, Robert? -dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la
puerta.
“Debe
tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es
ciega.
“–Sabía
que vendrías, Robert -dice-. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en
Navidad.
“Y
luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.
“Yo
no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y
corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí
que las palabras salían de mi boca.
“–Está
bien, abuela Ethel -dije-. He vuelto para verte el día de Navidad.
“No
me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera
decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así, y de pronto, aquella
anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.
“No
llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era
lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego
que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero
decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y
chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio
nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que
hacer, me alegré de seguirle la corriente.
“Así
que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un
verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una
ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo
estaba, yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un
estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y
ella hizo como que se los creía todos.
“–Eso
es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo—. Siempre
supe que las cosas te saldrían bien.
“A1
cabo de un rato empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la
casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un
pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas,
pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de
vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una
comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco
alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el
cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así
que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces
cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el
numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera
locura, y nunca me he perdonado por ello.
“Entro
en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un
montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco milímetros, completamente
nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra
del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había
hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en
cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí.
Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el
brazo y vuelvo al cuarto de estar.
“No
debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se
había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la
cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido,
roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme.
Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo
eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí
la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.
—¿Volviste alguna vez? —le pregunté.
—Una
sola —contestó—. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber
robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la
decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le
había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme
dónde estaba ella.
—Probablemente
había muerto.
—Sí,
probablemente.
—Lo
cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
—Supongo
que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
—Fue
una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
—Le
mentí, y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
—La
hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien
se la quitaste fuese su verdadero propietario.
—Todo
por el arte, ¿eh, Paul?
—Yo
no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
—Y
ahora tú tienes tu cuento de Navidad, ¿no?
—Sí
—dije—. Supongo que sí.